Ortigueira le debe a su hijo Pedro González Pérez, más conocido por Pedro Gallego -en alusión a su lugar de nacimiento-, su intercesión ante el rey Alfonso X el Sabio para conseguirle una carta real “escrita en pergamino de cuero rodeado y sellado con mi sello de plomo, pendiente de filos de seda”, por la que se le otorgaba durante muchos siglos, más concretamente desde 1245, le concedió al condado el Fuero de Benavente, la mejor legislación medieval, y un privilegio sólo reservado a villas de una mayor entidad que la de Ortigueira.
Con esta dispensa, el condado pasaba a disponer depender directamente de la Justicia del rey, impidiendo que otros jueces entrasen en su territorio, pudiendo sólo ser juzgados sus pleitos por sus propios acaldes o por el merino del rey, además de agraciarle con la licencia de que tuviese puerto “por siempre jamás”
A pesar de que su figura todavía plantea algunas lagunas en cuanto al conocimiento de sus múltiples ocupaciones, se puede decir, sin embargo, que la mayoría de ellas han sido estudiadas ya que se trata de uno de los personajes que más relevancia ha tenido durante el tiempo de la Reconquista por su estrecha relación con los monarcas de la época. Además, de ser él mismo, por su propia personalidad intelectual, religiosa e histórica, uno de los más insignes frailes menores franciscanos de todos los tiempos.
Pedro González Pérez había nacido en el año 1200 en los aledaños del castillo condal de Ortigueira, en el periférico barrio del Ponto. Según el cronista de la provincia de Cartagena, Manuel Ortega, su padre fue Gonzalo Pérez Gallego, y, posiblemente estuvo emparentado, como tío, con los Fajardo.
El fraile ortegano ingresó en el monasterio de la Bastida, situado a tan sólo tres kilómetros de Toledo, para más tarde, en el año 1236, convertirse en el ministro provincial de la Orden franciscana en Castilla, y Fernando III acabará eligiendo para preceptor de su hijo Alfonso, al ver en él unas excepcionales condiciones morales y una gran cultura. Como consecuencia de esta distinción, Pedro pasará a formar parte de la corte toledana, en donde se implicará en la intensa actividad intelectual y científica que allí se desarrollaba. Además su labor de confesor del príncipe le llevará a tener que viajar con él, en sus expediciones al reino de Murcia, por mandato de su padre, tras enviarle su emir, Mohamed Abenhud, a sus embajadores a Castilla para ofrecerle su vasallaje en 1243. Al año siguiente, Cartagena se rendirá a la corona castellana como el último foco de la resistencia árabe en el territorio.
Al día siguiente de la reconquista, el príncipe Alfonso lanzó una vasta operación de recomposición política que afectará tanto a la administración y la repoblación de la región, como a su castellanización y cristianización, con el fin de convertir a sus gentes en súbditos, aunque respetará a las autoridades que ya ejercían en las instituciones.
En su idea de extender el Cristianismo, Alfonso X solicitó al pontífice, Inocencio IV, la restauración de la antigua diócesis de Cartagena, para la que nombrará como su primer obispo a su confesor y amigo, al que aprecia por su gran prestigio científico y moral, hecho que ocurrió en 1245.
Durante su episcopado, Pedro llevará a cabo una triple labor. Por una parte, se encargará de gestionar y organizar todo lo relacionado con el orden material del obispado para el que adquirirá algunas casas en las que poder alojar a sus religiosos, fundará los cabildos, administrará los diezmos, pondrá los límites a su diócesis y ordenará la jurisdicción eclesiástica, entre otras muchas cosas. En segundo lugar, se dedicará a evangelizar a sus habitantes, y por último, le imprimirá a su episcopado una intensa actividad científica y cultural apoyándose en la extraordinaria cultura musulmana preexistente en el reino murciano, que tratará de ampliar con las nuevas sinergias científicas de Castilla y Aragón con el resto de Europa.
Durante el inicio del segundo tercio del siglo XIII, el reino castellano había empezado a cobrar una nueva dimensión, al empezar a codearse sus centros intelectuales de Santiago, Toledo o Sevilla con los de Oxford, Paris o Sicilia. En este proceso internacionalizador, el talento y sabiduría de Pedro Gallego va a estar en la vanguardia de las ideas, implicándose en todo lo que se refiere al cultivo de la ciencia (en el sentido de filosofía natural, ya que, para la época, ciencia y filosofía eran términos sinónimos).
En este contexto de enorme actividad, Pedro Gallego se integrará en el gran proyecto del medievo, la Escuela de Traductores de Toledo. En este laboratorio de metodología de la interpretación lingüística de los textos aportados por diferentes culturas, él se presenta, según algunos autores, “un caso interesante para el estudio de la metodología concreta en traductología (traducción de textos antiguos y estudio de traducciones antiguas) y hasta para la definición misma de la traducción en general”. Estos investigadores le atribuyen el haberse beneficiado de su condición de obispo para poder haber dejado “numerosos documentos (privilegios reales, bulas papales, memoriales, crónicas, franquezas, capitulaciones…) donde se le menciona bien sea de manera objetiva y directa, bien sea como confirmante entre muchos”, aunque antes de este nombramiento, no existe del obispo cartagenero una gran producción literaria, y, en su mayor parte, se debe al otro famoso franciscano de la época, el fraile Juan Gil de Zamora (1241- 1318).
De cualquier forma, su pontificado no fue demasiado apacible, pues aunque el deseo religioso de Alfonso se manifestaba en todas partes, sólo algunos miembros de la aristocracia y del pueblo abrazaron el cristianismo, mientras que la gran mayoría permanecieron fieles a su fe, lo que terminará con la sublevación de los musulmanes murcianos en 1265, lo que arruinaría lo hecho en el terreno religioso, ya que las iglesias volvieron a ser mezquitas y sólo en muy escasos lugares subsistiría el culto cristiano, principalmente en las fortalezas que no pudieron tomar los rebeldes. Pedro huyó de Cartagena, ocultándose durante varios meses en diversos lugares de las tierras de su diócesis, hasta que el 13 de febrero de 1266 el rey Jaime I de Aragón acabe por someter a los sublevados. El monarca entró en la ciudad, no con desfile militar, sino mediante una procesión religiosa “con gran acompañamiento de clerecía y presidida por Amaldo de Gurb, obispo de Barcelona, y fray Pedro Gallego que lo era de Cartagena”, demostrando así la vertiente religiosa que caracterizaba sus conquistas y que pronto se exhibió convirtiendo la mezquita mayor en convertida un templo cristiano bajo la advocación de Santa María, lo que provocará las protestas de los musulmanes murcianos.
Tras su restauración en el puesto, el fraile ortigueirés durará poco tiempo, ya que, en 1267, morirá tras contraer unas fiebres durante una grave epidemia que asoló su obispado. Sus restos mortales fueron trasladados a Murcia un cuarto de siglo más tarde donde se conservan en su catedral en la capilla del claustro, a mano derecha del altar de San Juan.
Pedro Gallego sería el primero y el último de los obispos de Cartagena que tuvo su residencia habitual en la ciudad. Sus sucesores huyeron de la pobreza y la inseguridad de la pequeña población costera desoyendo los ruegos reales de Sancho IV, quedando en sólo la iglesia de Santa María a cargo de dos beneficiados.
De sus obras científicas, quedó constancia en tres escritos. En donde figuran una serie de manuscritos, que fueron rescatados en 1924 gracias a un bibliotecario de la Biblioteca del Vaticano, el belga de origen alemán monseñor Augusto Pelzer, quien encontró en Roma y en París sus primeros manuscritos, concretamente, el Liber de animalibus (12 libros) y el De regitiva domus (5 libros). Su propio descubridor fue también quien lo propuso para integrarlo dentro de la categoría de traductor dentro de una importante publicación bajo el título de Un traducteur inconnu: Pierre Gallego franciscain et premier évêque de Cathagène, y en el que ofrece un análisis crítico de ambos textos.
En su reseña, el leonés Atanasio López, afirma que “las bibliotecas españolas no están aún suficientemente investigadas; así que abrigamos esperanzas de encontrar algo más que manifieste la cultura franciscana del siglo XIII”. Una hipótesis que será confirmada por el padre Gaudenzio Melani, quien encontró casualmente un fragmento (2 capítulos) de una tercera obra de Pedro Gallego titulada Summa astronomica, que será estudiada por el filólogo catalán José Martínez Gázquez, a partir de 1987 a través del texto despositado en la Biblioteca Nacional de España, donde está catalogado con el n° 361 de los Manuscritos franciscanos.
Entre las lagunas de la obra de Pedro Gallego está la de su participación en la confección de Las Siete Partidas del Rey Sabio, pues según el belga Hugo Marquant, por esas “fechas, por la fuerte relación personal que hubo entre Alfonso y su entorno y el mismo Fray Pedro y por la naturaleza propia del proyecto alfonsí como obra de colaboración, algunos (como el propio P. Atanasio López, por ejemplo) son de parecer que, aun estando en Murcia, Pedro Gallego hubiera podido colaborar de una manera u otra en el gran proyecto alfonsí. Además, el P. López nos presenta algunos ejemplos concretos sacados de la Partida Segunda y del libro De regitiva domus”, aunque Marquant guarda distancia con esta posiblidad.
En cuanto a sus conocimientos idiómaticos, el ortegano parece que fue traductor directo del árabe al latín, pues como él mismo reconoce en el prólogo de su Liber de animalibus sabe leer perfectamente en árabe y latín, aunque para saberlo con toda seguridad habría que encontrar e identificar los manuscritos árabes originales.
Por otra parte, lo que llama la atención en la labor de Pedro Gallego es la brevedad de sus escritos, tanto en términos absolutos como respecto a sus fuentes originales. Él parece compendiar las inquietudes científicas de la época. En cierto modo, se podría decir que lo que trata es de representar y explicar (compositio) de manera estructurada (ordinatio) y condensada (breviatio) uno o varios textos de referencia de los conocimientos (sensus) disponibles/ adquiridos de un área determinada del saber (Zoología, Astronomía, Pedagogía) en un momento y lugar histórico. Es lo que hoy llamariamos divulgación científica y que más tarde, pondrá en boga la Ilustración con su espíritu enciclopedista.
Texto de José Manuel Suárez Sandomingo.