A principios del siglo XIX se trasladó a La Habana, trabajando como aprendiz de botica. En 1913 consiguió el título de Maestro Boticario. En su botica atendió desinteresadamente a mucha gente sin recursos. Fue, además, un gran investigador.
Cuando murió dejó su fortuna para obras benéficas, entre las que destaca la Escuela de Zapata, inaugurada en 1873. Tiene una calle dedicada en La Habana.