Esta es la historia de un emprendedor que empezó desde la nada. Alrededor de 1890 y con 14 años, salió de su aldea natal de Santiago de Miranda (Lugo) con la ilusión de hacer “las Américas”, pero como no tenía dinero para el billete, decidió intentarlo en Madrid, hasta donde llegó andando y ayudado por algunos arrieros en algunos tramos del camino. En Madrid, encontró su primer trabajo en una tahona, donde empezó a servir como recadero y chico para todo. Durante los primeros años, su vida estaba en la propia tahona, en un rincón de la cual, sobre los sacos de harina tenía incluso el lugar donde dormía, y compaginaba el duro trabajo de panadero buscando otras ocupaciones, como la de vender periódicos en la Puerta del Sol, para mejorar sus ingresos y poder ayudar a su familia. Aquella tahona no era otra que “Viena Capellanes”, que en aquel momento era propiedad del afamado escritor Pío Baroja y su hermano Ricardo, conocido pintor. Rápidamente Manuel Lence despuntó por sus habilidades, responsabilidad y capacidad de trabajo, hasta el punto de que con sólo 18 años llegar a ser encargado general del negocio. Los hermanos Baroja se fijaron en las cualidades de Manuel y le ayudaron a aprender a leer y escribir, así como a hacer cuentas, dejando cada vez más el día a día del negocio en manos de Manuel Lence, mientras ellos se dedicaban a sus actividades artísticas.
Durante los principios de nuestro siglo y estando Manuel Lence ya al frente del negocio, comenzó la expansión, tanto de la gama de productos (pastelería, chocolates, fiambres, salones de té...), como en la ampliación de los puntos de venta (hasta el número de 16 sucursales durante los años treinta). En esos mismos años, el joven encargado terminó por comprar la empresa a los Baroja con la ayuda económica de un grupo de inversores a los que convenció para que confiaran en su capacidad y en las posibilidades del negocio, además de la ayuda “física” de varios de sus hermanos, a los que poco a poco había ido trayendo desde su Galicia natal.
Manuel Lence fue un autodidacta, y sin tener una amplia formación tenía una capacidad de convicción y de liderazgo que le sirvió toda su vida para ilusionar a todos los que tenía a su alrededor. Además tenía una increíble imaginación y visión comercial, Son numerosas las anécdotas y curiosidades de la empresa creada por Manuel Lence en los primeros años, entre ellas cabe destacar que fue la primera industria madrileña que dispuso de un vehículo de reparto motorizado, en vez de los carros de caballos al uso de la época; no podía ser menos pues se trataba de una empresa que presumía de disponer de todos los "adelantos modernos", como constaba en lugar preferente de todos sus establecimientos. También fue una de las primeras firmas que contó con la distinción de "Proveedores de la Casa Real", institución que incluso llegó a autorizar la marca de chocolates que se fabricaban en exclusiva, los "Chocolates Reina Victoria", marca que con la llegada de la Segunda República en el año 1934 fue forzada a despojarse de sus atributos "reales", denominándose "Chocolates Victoria" (aún se conservan los moldes con la "Reina" machacada, por imperativo legal).
En esos mismos años treinta, se pusieron en circulación unos impactantes vehículos de reparto, los conocidos "Autogiros" de Viena Capellanes, que no eran sino furgones con un curioso a la vez que atrayente diseño de carrocería con formas similares al autogiro de D. Juan de la Cierva, que contaban con sus correspondientes juegos de hélices articuladas que produjeron más de un susto entre los peatones de la época. Uno de los “Autogiros” ha sido restaurado recientemente y sigue siendo utilizado como soporte publicitario de la firma.
Durante los duros años de la postguerra, a Manuel Lence le tocó la dura tarea de reconstruir la Empresa que casi había quedado destruida por los efectos de la Guerra Civil; y a pesar de las dificultades de aquellos difíciles tiempos, logro recuperar una importante estructura comercial y productiva.
Falleció en 1957, sin herederos directos, por lo que la Empresa, quedó en manos de su hermano Antonio, que había sido su mano derecha durante todos los duros años de trabajo en conjunto. Hoy en día y tras los más diversos avatares, Viena Capellanes ha llegado hasta nuestros días, siempre en manos de sucesivas generaciones de la Familia Lence.