Muchos orteganos aún recuerdan con cariño y admiración a Antonio Couzo, el hombre que construyó con su esfuerzo y el apoyo de otros muchos orteganos la gran Asociación de Naturales de Ortigueira en La Habana.
Los primeros 18 años de su vida los pasó tratando de ayudar a sus padres en las tareas del campo, pero las penalidades de esta vida y el poco rendimiento que proporcionaban le llevaron a tomar la decisión de emigrar. Con un equipaje más bien exiguo, pero con unas ganas inmensas de comerse el mundo se encaminó hacia el puerto de A Coruña. De allí partió en el vapor francés La Campagne hacia la isla de Cuba a finales de octubre para arribar en La Habana el 7 de noviembre de 1914.
Antonio Couzo inició su nueva vida con un trabajo de dependiente en una bodega de la colonia Guaimaro perteneciente a la Central The Trinidad Sugars. Su sueldo era de 10 pesos al mes, además de comida y alojamiento. La calidad de su alimentación le parecía bastante buena, no así la del agua, extraída de unos toneles que recogían la lluvia. Sus diversiones eran escasas y sólo los domingos: peleas de gallos por las tardes y canciones guajiras al son de una guitarra por las noches.
Así pues, las escasas gratificaciones del trabajo, unidas a la intensa soledad que vivía en una colonia de sólo cuatro o cinco casas alejadas cinco kilómetros de la ciudad de Trinidad, le persuadieron para que al cumplir su año de contrato, pidiese su traslado a la central del ingenio en la capital. Allí, su sueldo aumentó un poco, cobraba 90 centavos diarios. Por el contrario, la comida era ahora “pésima, mal condimentada, sopa, carne con arroz, arroz con carne y los domingos un poco de guayaba de postre”. En algunas ocasiones, cuando el trabajo se hacía más intensivo, su paga se incrementaba hasta los 1,35 pesos, pero también las horas, que de 12 pasaban a 18 diarias.
Tras dos años de trabajos de semiesclavitud fue en busca de nuevas posibilidades para su vida en la ciudad de Cienfuegos. En su nueva residencia, se empleó como mozo de limpieza en el hospital civil de la ciudad. Le pagaban 15 pesos al mes, alojamiento y comida. Para entonces, Antonio ya se había dado cuenta de que sus expectativas laborales no mejorarían si no lo hacía su formación. Con esta idea en la cabeza, recorrió varias academias en las que apuntarse para iniciar su preparación, pero ninguna de ellas le permitía cursar estudios en horario nocturno, por lo que hubo de invertir los términos: trabajar de noche y estudiar de día. Fue una temporada muy dura, pues al esfuerzo que le suponía cumplir con sus tareas de trabajador y estudiante le tenía que sumar los 10 pesos del coste de los estudios en la Academia Sotolongo, que le dejaban sus ingresos muy menguados. Tras un año en esta situación, decidió cambiarse para un empleo a media jornada en una tienda de alimentación. A los dos años hubo de dejarlo pues no había conseguido ahorrar nada.
En 1919 optó nuevamente por cambiar de residencia, yéndose, en esta ocasión, a vivir a La Habana. Allí logra un empleo “todo en uno”: barrendero, pintor y ayudante de albañil en la quinta La Purísima Concepción, que era propiedad de la Asociación de Dependientes. Para este puesto presentó sus certificados académicos de octavo grado, obtenido con la nota de sobresaliente, y de mecanografía. Por su empleo múltiple le gratificaron con 20 pesos al mes, pero, al menos, en esta nueva ocupación podría optar a algún tipo de ascenso. Y así ocurrió, lo contrataron de mecanógrafo, llegando a ganar, además de sus 45 pesos, la casa, la comida y el uniforme. Así se mantuvo hasta que, según él, suprimieron el puesto, aunque la versión que nos ofrecen algunos de sus conocidos es bien distinta. Ellos alegan que su promoción lo reputó como un profesional responsable y con capacidad para resolver los problemas que le presentaban a su departamento, lo que suscitó la envidia de su jefe que lo despidió a los cinco años pues ya despachaba mejor los asuntos que él.
Su disposición para el trabajo y su honestidad pronto fueron reconocidos por todos sus compañeros, por lo que le confiaron el primero de enero de 1921 la tesorería de la asociación La Mutua, que prestaba servicios a los empleados de las casas de salud y beneficencia de Cuba.
La integridad de Antonio Couzo fue una de las cualidades más destacadas de su personalidad, a la que unía una gran fe religiosa. Por ello fue invitado a participar en la fundación de la sociedad católica España Integral en 1923. Su compromiso con sus actividades hizo que al año siguiente se le asignara el cargo de vocal en la junta directiva, a la vez que se le concedía el nombramiento de socio emérito, y, algún tiempo después la responsabilidad de la administración de su revista homónima.
Antonio se movía muy bien entre todo tipo de personas, lo que le permitía tomar contacto con diferentes problemáticas sociales, para las que nunca se guardaba su opinión de cómo se podían resolver. Esta disponibilidad para colaborar hizo que la junta directiva de la Asociación de empleados de centros de beneficencia de Cuba le quisiese como vocal entre sus miembros, a partir del 18 de enero de 1924.
Durante los años que habían transcurrido desde su llegada había conseguido acumular un pequeño capital de 3.000 pesos. Y cansado de ir de un lugar para otro, mal empleado y peor pagado, decidió lo que cualquier gallego en su situación: establecerse por su cuenta. Invirtió el dinero en la compra de una empresa de cristalería situada en la calle Monserrate y Ánimas. Tras atenderla durante unos pocos años, la traspasó para comprar otra más grande en Teniente Rey y Aguacate.
El día que empezaría a cambiar para siempre su vida sería el 13 de junio de 1928. Antonio Couzo reunió, entonces, en su casa a un puñado de amigos y convecinos para celebrar con ellos su onomástica. Un momento que aprovechó para trasladarles los sinsabores que le había producido el fallecimiento de un conocido por el desamparo en el que se había encontrado en los últimos instantes de su vida. Avergonzado e indignado por la soledad en que emigrantes como ellos podrían pasar sus últimas horas, les propone la creación de una asociación que palie económicamente los gastos de las enfermedades, la jubilación y el paro de sus socios, además de darles apoyo emocional. Al terminar la exposición de sus argumentos, les invitó a que pensasen en ello y les convocó para una próxima reunión el día 24 de junio. A ésta se presentaron nueve personas, aunque, si para un orfeón son necesarios tres vascos, para crear la asociación hubiera llegado con tres gallegos. En este segundo encuentro, los participantes fijaron el nombre de la nueva entidad, Asociación de Naturales del Ayuntamiento de Ortigueira, sus estatutos y eligieron su primera junta directiva, estableciendo su domicilio en el mismo que el presidente: Antonio Couzo.
En 1932, Antonio sigue siendo un empresario de la cristalería y un referente entre sus colegas, por lo que lo designan vocal de la Asociación de detallistas de tabacos y cigarros. Sin embargo, su total compromiso con los socios de Naturales de Ortigueira -nombre con el que la asociación era popularmente conocida en La Habana- le dejaba cada vez menos tiempo para dedicarse a otras cuestiones. Sus visitas a los socios enfermos, a la captación de nuevos socios y a la administración de la entidad, entre otros muchos asuntos, se fueron haciendo cada vez más habituales en su vida diaria, apartándolo incluso de su ocupación pecuniaria, al punto de que tras un robo en su establecimiento tuvo que desistir de seguir manteniéndolo, y lo malvendió por tan sólo 700 pesos.
Desde entonces, Antonio y Naturales de Ortigueira fueron uno sólo, aunque, lejos de ser personalista y dirigista, Couzo siempre quiso que la asociación estuviese representada por un equipo dinámico en sus directivas que se fuese renovando con gente preparada y que la hiciese funcionar en todos sus aspectos. Y así fue como al frente de la misma siempre estuvieron posicionadas personas con gran carisma y capacidad para fomentar nuevas iniciativas que permitiesen la incorporación de nuevos socios, a la vez que ofrecerles los servicios cada vez más ajustados a sus necesidades.
Con todo, la voz de Antonio fue siempre muy tenida en cuenta a la hora de tomar cualquier decisión, ya que de él partían muchas veces las ideas que ponían a la asociación en la cúspide de las colectividades de emigrantes en Cuba. Por ello, a lo largo de su larga y honesta vida, le fue reconocida tanto dentro como fuera de la misma su labor. Como ejemplos, podemos citar su nombramiento como presidente de honor a los diez años de haber sido creada; el título de hijo distinguido de Ortigueira, que fue acordado por la corporación en el pleno municipal el 5 de diciembre de 1953, o su elección como presidente de la Sociedad de cultura y recreo Rosalía de Castro en 1969.
Su mentalidad abierta lo alejó de ser un mero filántropo localista. Los que lo conocían sabían que podían contar con él para colaborar con otras asociaciones, con unas de forma desinteresada y anónima y con otras llegando a pertenecer como un afiliado más, como fueron los casos del Centro Gallego, el Club Luarqués, la Liga Santaballesa, o las asociaciones de los partidos judiciales de Padrón, de Arzúa o de Monterroso y Antas de Ulla.
Por otra parte, también tuvo un importante papel en la fundación de la Federación de Sociedades Españolas de Cuba, en 1957 en La Habana. Una entidad para la que él mismo lideró su constitución y a la que le dedicó unas palabras en las que testimonia las dificultades con las que siempre se encontró: “los que se han opuesto a la Federación de Sociedades Españolas, fueron los mismos españoles, (no los cubanos), a mi no me ha extrañado nada, porque en esta misma forma hicieron los Naturales del Partido Judicial de Ortigueira residentes en Cuba en el año 1928, cuando el Sr. Antonio Couzo y otros idearon fundar la Sociedad Naturales de Ortigueira; pero en aquel entonces, Couzo no dependía de nadie, vivía de su pequeño comercio de vidriería de tabacos y cigarros, tenía la juventud, el arrojo y el amor propio que dije el 13 de junio de 1928, triunfaremos y llevaremos a vías de hecho la idea de fundar una sociedad de amparo y protección para nuestros paisanos y cuantos simpaticen con nuestro ideal. […} Antonio Couzo triunfó de aquella; pero ahora, Couzo es un modesto empleado y tiene el deber de obedecer las órdenes de sus jefes y, además los años han ido debilitando mis entusiasmos y la Federación aunque quedó constituida oficialmente y se han adherido más de treinta asociaciones y clubes, aún está en pañales… ¡Cuántos beneficios morales y materiales se obtendrían con la unión de todas las instituciones, seríamos más grandes, más fuertes y podríamos realizar más beneficios en pro de los emigrantes españoles!”.
Líder y gregario, así era Couzo, pero en todo caso un hombre sabedor de que sólo a través de la unión se consigue tener la fuerza suficiente para defender los derechos individuales y colectivos, y que no hay triunfo si no hay lucha por su consecución. A lo largo de su vida fue dejando por el camino su savia en innumerables programas sociales. Programas solidarios con los que la asociación actuó para ofrecer a sus socios pasaportes gratuitos, medios pasajes, compras de alimentos y medicinas, asistencia médica, pensiones para sus jubilados o para aquellos que estaban impedidos para el trabajo. Pero también puso mucho esfuerzo para que se crease un centro en el que reunir a los asociados, en el que poder pasar las horas conversando o leyendo en su importante biblioteca, a la que se le impuso el nombre de otro ilustre ortegano Ramón Armada Teixeiro, y, como no, editar un periódico El Heraldo Ortigueirés, que propagar todo lo que la asociación hacía y que fue editado desde febrero de 1941 hasta junio de 1959 … Pero su obra más importante para él fue el panteón de Naturales de Ortigueira en el Cementerio de Cristóbal Colón en La Habana. Una obra que en su tiempo y ahora siguen guardando la grandiosidad con la que fuera concebida, y que es el mayor mausoleo de toda la emigración gallega.
Su galleguismo le llevó a ser vocal suplente del consejo directivo de Patria Gallega en 1951. Esta entidad publicaba una revista homónima que estaba dirigida por otro líder comprometido con las causas gallegas, Fuco G. Gómez.
Antonio Couzo, después de pasar toda su vida en la isla caribeña, decide en sus últimos años trasladarse a Florida, a donde llega en 1971, estableciéndose en Miami. Un precursor no deja nunca de serlo, y así él, como adalid de la causa migratoria, da vida a una nueva asociación, la Casa de Santa Marta de Ortigueira.
Su legado es inmenso. La asociación cubana ha llegado a tener hasta 20.000 socios antes de la llegada de la Revolución cubana y hoy cuenta con cerca de 9.000. Pero lo más importante es que sus ideas perviven de muy diversas maneras en las dos instituciones. Y en un rincón de su terruño su nombre figura en una placa dando nombre a una de las calles de Ortigueira y también su recuerdo a su querida y recordada Cuba se estampa en otra litografía del callejero santamartés.
Solo las grandes personas llenan su vida con un gran proselitismo por los demás, y Couzo fue y es el paradigma de la solidaridad de los gallegos. Su muerte sólo fue un acontecimiento fechado en 1973, su obra y sus consecuencias han quedado para que las disfruten las siguientes generaciones.
"Información facilitada por José Manuel Suárez Sandomingo".