Pertenecía a una familia muy numerosa -16 hermanos- y muy vocacionada, ya que tuvo un hermano misioneiro (muerto en Colombia) y cuatro hermanas monjas.
Recibió la ordenación sacerdotal el 21 de marzo de 1953 y consagró sus 53 años de sacerdocio a diversas tareas educativas y misioneras con excepcional discreción y generosidad.
Le dedicó a la formación de los seminaristas 35 años de su vida, empezando por el Seminario Menor de Lourenzá (años 1953-57), y continuando luego en el Seminario de Mondoñedo como Formador y Profesor hasta 1973, año en el que fue designado Rector. En esta misión permaneció otros 15 años, manteniendo también su tarea docente y la promoción vocacional.
En una etapa intermedia pasó tres años en Roma (1960-63), en los que prestó servicio a una parroquia e hizo la licenciatura en Pedagogía.
En 1988 dejó el Seminario y pidió un año sabático para actualizar sus estudios en Salamanca. Allí entró en contacto con los Misioneiros de Marianhill, y marchó a Sudáfrica, para trabajar como misioneiro y ahondar en su contacto con las culturas africanas.
Como los años y las dolencias iban minando sus capacidades, optó hacia el año 2000 por volver a España y dedicar sus últimos años a vivir con la familia, atendiendo especialmente a una hermana afectada por la enfermedad, y colaborando en los servicios religiosos del Asilo de Ancianos de Lugo, donde residía su hermana.
Finalmente, cuando su salud se deterioró gravemente, buscó acogida en el Centro Geriátrico de Bretoña, y allí quedó reducido a una vida casi vegetativa, pero siempre con una paciencia edificante. Así lo manifestaba también nuestro obispo en su homilía exequial: “Pude verle y acariciarle en la Residencia de Bretoña, cuando ya no podía comunicarse con nosotros mediante la palabra, pero nos hablaba –y muy elocuentemente- con sus gestos, su mirada y sus silencios”.
Su muerte (8 de febrero de 2007) fue la página final de esta pequeña biografía que nos dejó, para completar sus trabajos e ilusiones. “Graciñas por tantos camiños como recorremos contigo, e polos que nos mostraches, para que avanzásemos por nós mesmos hacia a casa do Pai” (X. Manuel Carballo).
Hay que incorporar también a este retrato sus aficiones más significativas, como fueron su amor por la cultura bibliográfica y astronómica (tenía también un pequeño telescopio). Fruto de esas aficiones fueron las muchas horas que dedicó a la catalogación de la antigua biblioteca del Seminario de Mondoñedo. Con este motivo publicó en “Estudios Mindonienses” cuatro notables catálogos de los incunables y escritos del siglo XVI existentes en esa Biblioteca.
Pero, sobre todo, Darío fue siempre un pedagogo del corazón. “Don Darío, aun con sus fragilidades, ha hecho mucho bien. En él ha contado siempre más el ser que el hacer… Animados por el buen ejemplo de nuestro hermano, proseguimos su camino” (Mons. Sánchez Monge).
Desde su aldea nativa en Orizón, donde tiene la sepultura al lado de la iglesia, él seguirá pidiendo por nosotros: “ensínanos a calcular os nosos anos, para que adquiramos un corazón sensato” (sal.89).
Texto: Uxío García Amor